lunes, 24 de noviembre de 2008

EDUCAR PARA LA CONVIVENCIA

“Yo creo que no hay una pauta que uno pueda poner de su vida al margen de la de los demás. La vida es una transacción con otros. La vida es un gesto social con otros”.
(Fernando Savater)

Educamos erróneamente para vivir en sociedad
Hay niños que cometen hechos deleznables que no lo hacen por odio sino por carencia de ajuste social, por estar huérfanos de valores, de criterios, por adolecer de evolución moral. Niños famélicos que socialmente han padecido una dieta donde se les ha suministrado derecho a exigir, a dictar, a ser individualistas, a centrarse en sus intereses y se ha olvidado de administrarles el derecho a ser condescendientes y generosos, a saber esperar, ser tolerantes y solidarios, a pensar en los otros, en el prójimo.
Oímos a menudo «es tan difícil educar» y pienso: más mérito tiene educar tan mal, ¡que falta de amor, dedicación, de esfuerzo, de coherencia!
Se argumentará: «Esta sociedad es muy compleja, no sabe la presión de su grupo de amigos, en los medios de comunicación hay una cascada de violencia y sexo (muchas veces inseparablemente unidos), hay droga...». Es cierto, ¿quién lo niega? Pero, ¿por qué hay niños-familia- contexto sanos?
El informe Delors, elaborado por la UNESCO por una comisión internacional, sobre la educación del siglo XXI señala los 4 pilares de la educación: “Aprender a hacer, a conocer, a vivir juntos y a ser”.

Educar en el ser
Hay que educar: en el honor; en la palabra dada que se cumple, en la fidelidad, en la verdadera amistad, en la dignidad, en el dominio de sí mismo.
La interiorización de reglas, valores y juicios es una parte importante del desarrollo social y moral.
Ser (persona) es mucho más importante que tener (objetos).
Motivarse para vivir el día a día, ilusionarse con las pequeñas cosas, tener afán de superación, compartir buen humor resulta fundamental.
Ser (persona) supone adquirir y cumplir los compromisos, interesarse de verdad por los demás, entender lo esencial de la vida, ser respetuoso consigo mismo y con los demás, vivir como igual al otro a pesar de las diferencias aparentes, disfrutar del ocio y del trabajo bien hecho.
Ser (persona) conlleva no ocultar los errores o acciones mal realizadas aunque como consecuencia se reciban sanciones.
Ser es solidaridad, sensibilidad, apreciación de las artes, de los animales, de la naturaleza. Capacidad para perdonar, interés por lo grupal, buscar la armonía, el equilibrio.
Ser es emocionarse con un gesto, mirar la historia, contemplar las distintas culturas.
Ser es aceptar nuestra finitud, entender el papel del ser humano en el amplio mundo, relativizar la importancia del yo.
Es buscar la felicidad en lo sencillo, aceptar los malos momentos. Crecer.

Educar en los sentimientos
Hay que educar en los sentimientos, en la apreciación de la riqueza de los mismos, en saber expresar los propios, en captar y entender los de los otros. Uno de los grandes fallos de la educación es que desde pequeños no nos enseñaron el juego de «Ponerse en el lugar del otro» o el de «El que no sabe lo que siente, pierde».
En aprender a conducir la propia vida, y manejar las relaciones que se mantienen con los demás.
Los niños deben saber dirigirse a los otros para consultar o para negarse a sus solicitudes. Expresar las emociones y necesidades, facilitan el equilibrio psíquico.
Inteligencia es un concepto global, cognitiva y afectivamente. ¿Cuántas personas vemos que son sobresalientes profesionalmente, pero desequilibradas emocionalmente? Su vida fracasa.
Los sentimientos, son un material inflamable.

Educar en la ética
Desde el nacimiento y mediante el fuerte vínculo emocional entre los padres y el hijo se ha de ir transmitiendo la conciencia moral que aflorará hacia los 6 o 7 años (como nos indicaron Piaget y Freud).
Hay que educar a los niños en el respeto, la sensibilidad y el cuidado hacia los animales, hacia los ancianos, hacia los bebés, y en general hacia toda forma de vida.
Habrá de predicarse con el ejemplo en tantas situaciones cotidianas (respetar al desvalido, no colarse en los espectáculos, cumplir las normas) y explicar lo que está mal, razonar el por qué no se debe de hacer.
Si nos reímos cuando un viejecito tropieza y se cae ¿qué esperamos?
Permitir a un hijo que moleste a las personas de su entorno o reírle sus palabrotas y bromas pesadas es una buena manera de viciar su educación. Los valores cívicos arrancan con el respeto al prójimo.
Tenemos que erradicar la crueldad con los animales, la saña, hemos de hacer ver el sufrimiento de otras especies, de las plantas.
Aprovechemos las noticias para realizar valoraciones éticas. Expliquemos nuestras conductas de adultos y comprometámonos éticamente con nuestros hijos.

Educar en la igualdad
Hay que desarrollar el aprendizaje afectivo.
Como en todo es en la educación en los primeros momentos de la vida de los niños y sobre todo en el aprendizaje vicario, el modelaje, el ejemplo que vean, donde niños y niñas han de comprender lo que nos diferencia, pero siempre desde la igualdad en los derechos.
No esta mal que niños y niñas jueguen con muñecos y muñecas, para ir adiestrándose en el hábito del cuidado de los demás. Y desde el juego, no hemos de cercenar las posibilidades de desarrollo de niños y niñas, ni intentar doblegar sus tendencias y querencias. Lo cual no impide que desde el respeto a las diferencias, se busque alcanzar la igualdad en derechos y obligaciones.
Obviamente los niños y las niñas, se deben educar juntos.
Dentro del hogar habrá de establecerse un reparto igualitario en las tareas.
En la escuela tendrá que modificarse el currículum para que de verdad se valore el papel jugado por las mujeres en la historia, en el arte, en la cultura, en la política.
La educación no-sexista busca obtener que las niñas y mujeres alcancen plenamente las metas que se propongan, teniendo por techo su propia capacidad, pero no estando condicionada por ser mujer.
Que se erradique el mecanismo frustración-agresión. Se forme en la ética sexual. Se eluda la pornografía que identifica sexo y violencia. Se enseñe la sexualidad de forma no traumática, con asertividad. Se corte de raíz vivenciar el sexo como forma de dominio.
Lo trascendente es que desde niños, los varones aprendan a respetar sin reservas ni excepciones a las mujeres, que acaten lo que significa un : Nó, que acepten frustraciones, sin derivarlas en violencia.
Hay que integrar la lucha contra la violencia sexista dentro de una perspectiva amplia: la defensa de los derechos humanos.
Debe ayudárseles a que comprendan la naturaleza de la violencia de género.
Tienen que desarrollarse habilidades interpersonales alternativas a la violencia, que permitan expresar los conflictos y resolverlos de forma constructiva.
La intervención debe darse en todos los contextos: Familia, Escuela, Grupo de amigos, Medios de Comunicación, Ocio.
Se han de erradicar las discriminaciones sexistas (que excluyen a las mujeres del poder y a los hombres de la sensibilidad).
Las madres que tanto educan han de ser muy pro-activas a favor del respeto a la mujer, los padres obviamente y desde el ejemplo, también.
Cabe dialogar y aún discutir, no utilizar la palabra como una pedrada que hiere, pero nunca, emplear la fuerza física, la violencia.
Esta sociedad se tiene que feminizar, entendida como ser más afectiva, más sensible, más empática, menos dura, menos depredadora, competitiva y conflictiva.
Nadie, ningún ser humano pertenece a otro. La expresión “es mi mujer”, o “es mi hijo”, debe interpretarse como una forma de hablar o de entrega hacia esa persona, pero alejada de cualquier atisbo de posesión (¡ni pensarlo!).
Hay que educar en el respeto, en la asunción de diferencias, en la comprensión de que las perspectivas son subjetivas, en que lo que parece real y asentado varía con los años.
Vivir en pareja es difícil, no siempre existe el acuerdo, la sonrisa, la ternura, y debe estarse preparado para la discrepancia y aún la separación. Desde el dolor, el sentimiento de fracaso, pero la aceptación y el cariño acumulado que debe sobrevivir a la falta de expectativas de pareja en el futuro.
¡Cuánto más, si hay hijos comunes, el respeto y autodominio han de prevalecer, anteponiendo su interés (el de los hijos), al personal!
No, los hijos tampoco son “nuestros”, mucho menos “míos”. Es por eso que hemos de preparar a los futuros padres para asumir el posible hecho de la separación de una forma que con ser traumática, no ha de ser interpretada, ni reconducida como violenta.
Las perspectivas hoy son agoreras, tristes, oscuras, el machismo con el que se educa no invita al optimismo.
Cuando en un lugar público, se escucha a algunos varones las razones que suponen dieron paso al homicidio de una mujer a manos de su pareja, no sólo se entristece el ánimo, y se revela el ser de un ciudadano que no quiere prescindir de su condición, sino que se nubla el futuro.
En los hogares hay mucho, muchísimo que hacer en este tema. En lo que ven, en lo que viven los hijos, en lo que escuchan, en lo que dicen -y se les permite-, está un hombre -y una mujer- que es potencialmente un agresor, o que adopta un papel que repudia profundamente hasta la sola posibilidad de que esto ocurra.
¡Ni los chistes son inocentes en tema tan sensible! No hagamos dejación de la función educadora.
Preguntemos a los hijos, -¿cómo interpretan su virilidad, cuando son rechazados, y aún despreciados?, ¿cómo sienten?, ¿cómo se conducen?
La vida provoca accidentes, también emocionales y de género, el “cinturón de seguridad” es el autodominio, el “air-bag” las habilidades sociales para evitar el choque frontal, para salvar la autoimagen, el honor, sin dañar al otro (casi siempre la otra), mucho menos lastimarla, y aún golpearla.
Poner la mano encima de alguien es inaceptable, hacerlo en nombre de que se le quiere, se le ha querido, o se desea querer es abominable.

Educar en la tolerancia
En la nueva realidad multiétnica han de implantarse semillas no sólo de tolerancia sino de solidaridad.
Hemos de saber transmitir a los pequeños que lo distinto enriquece, que el arco iris es bello por la policromía de sus colores.
España está viviendo la llegada de un importante número de emigrantes del norte de África, de Iberoamérica y del Este de Europa y debe adaptarse tanto estructuralmente -lo precisa y demanda pues tendrá poca población activa y hay puestos de trabajo que los españoles rechazan-, como mentalmente. Habrá que dedicar un gran impulso y sobre todo continuado, para educar a los jóvenes en el valor a la aceptación y el enriquecimiento del mestizaje.
Hay que explicar lo que significa la inmigración a los hijos, mostrar a la persona, a los niños de otros países, para erradicar los prejuicios (por raza, sexo, color, religión).
Debe explicarse la dificultad de abandonar su tierra y a los suyos y además integrarse en el país de acogida.
Por otra parte, el número proveniente de niños inmigrantes del norte de África en búsqueda de trabajo seguirá en aumento. Habrá de desarrollarse la red social que les acoja y atienda, contando con educadores de su propia cultura y aumentar el número de acciones que favorezcan su integración respetando su cultura.
Por su parte los inmigrantes han de hacer un esfuerzo para integrarse en una cultura diferente y deben respetar el legítimo derecho de las sociedades occidentales a preservar su identidad.
La intersección de culturas exige adaptaciones mutuas. Hemos de evaluar con qué criterios se formará el niño que ve una realidad en su hogar absolutamente distinta de la de sus compañeros de clase.
Los sistemas educativos han de atender a la diversidad del alumnado y enseñar a respetar las diferencias, a valorar símbolos universales.

Enseñar a ser solidario
Hay que fomentar los mejores sentimientos y conductas hacia y con quien lo precisa (emigrantes; personas económicamente desfavorecidas; niños enfermos; ancianos con limitaciones; discapacitados).
Debemos facilitarles que desde pequeños se relacionen con personas de estos colectivos y de otras culturas, que se impliquen, que compartan sus juguetes (¡que regalen alguno nuevo!), que dediquen tiempo (¡su tiempo!), sin obtener ningún pago sino el privilegio de hacerlo, que desborden el significado de la limitada tolerancia, para disfrutar ayudando, comprometiéndose, sintiéndose interpelado.
Hay que incentivar la disposición para ayudar al resto, lo que propicia sentirse bien (en muchas ocasiones debiéramos dar gracias por esa eventualidad). Dar es una virtud y una suerte, hay gente que lo tiene todo ¿todo? y se siente vacía. Y es que, como dijo R. Tagore, «Buscas la alegría en torno a ti y en el mundo. ¿No sabes que sólo nace en el fondo del corazón?».
Educar en la amabilidad, en el altruismo, en el tú; promover la solidaridad, es decir, inculcar que nuestras acciones repercuten para bien o para mal en los demás.
Sentirse partícipe de este mundo, de este momento, convencerse de que los problemas por muy planetarios que sean, nos atañen y somos parte en su posible solución.
La solidaridad se ha de practicar desde que se posee “uso de razón”.
A los niños les enorgullece pensar que pueden ser útiles de verdad, hay que exigirles colaboración en las tareas domésticas, fomentarles labores prosociales y de ayuda a ONG(s).

Javier Urra
Psicólogo con la especialidad de Clínica.
Pedagogo Terapeuta. Psicólogo Forense de la Fiscalía del Tribunal Superior de Justicia y de los Juzgados de Menores de Madrid.
Profesor de Psicología en el Centro Universitario Cardenal Cisneros (Universidad Complutense de Madrid).
Asesor y Patrono de UNICEF.
Primer Defensor del Menor (1996-2001).

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